jueves, 25 de diciembre de 2008

Sobre Nuestro Modo y Nuestros Símbolos

Esa reiterada e inútil discusión sobre la Verdad y verdades propias o ajenas, sólo puede mostrarnos el gélido vacío de una hipnosis que lleva a muchos a discutir por vanidad sobre lo que nadie puede afirmar ni negar, pretendiendo saber algo sobre lo cual no es posible saber… En medio de esta dispersión que es el universo explosivo de cuatro dimensiones en que habitamos, también la verdad fue difuminada en cada pedazo visible e invisible de materia, y ahora, en medio de esa inmensidad imperial, sólo la interpretación de un Rishi, quien es capaz de salirse y ver, puede traernos el símbolo que necesitamos para unir esas fuerzas ciegas que nos impulsan a la rebelión más esencial imaginable, la rebelión contra los gigantes del caos cósmico, los gigantes de la entropía, expresando ese gran desprecio hacia lo que aparenta ser más grande nosotros… El hombre tiene en su mirada la extraña posibilidad de ser más que un hombre, y al oído alguien le susurró el cómo; entonces comenzó por inventar el lenguaje y el lenguaje luego se confundió a sí mismo. “Verdad” sólo hay realmente en las cosas que el hombre “inventa”, dijo Meister Nietzsche; no caigamos en la hipnosis generalizada, no promovamos el vicio ingenuo de la Verdad. En medio de tanta metáfora nos hemos perdido, pero una de ellas, o tres, que pueden ser una, pueden salvarnos: la Voluntad, la Fidelidad y el A-Mor.

Hablamos del pasado como algo ya conocido, en cuanto vivido, pero olvidamos nuestro olvido, que deja lo pasado resumido en sentencias que apenas guardan lo sucedido. Qué podemos saber entonces de lo que se dice “historia”, si hechos sucedidos hace apenas setenta años atrás, han quedado reducidos a sentencias dogmáticas que dan paso a todo tipo de dudas. Pero el hombre busca inevitablemente los vestigios, como un coleccionista ansioso va a las ruinas a preguntar y a sacarles un mensaje evocador, para fundar una ciudad o mundo nuevo, sobre un sueño nuevo, sin importar verdaderamente qué fuera aquello que el tiempo borró, pues siempre ha bastado con la certeza de un líder, la unidad de los principales y la fe de un pueblo para construir un reino de mil años.

Somos peregrinos en larga procesión, buscamos las claves del retorno y exploramos la tierra, pero también la conquistamos y la transformamos. Vamos recogiendo pétalos dispersos y secos que cargados de fragancias sutiles, colores confusos y presintiendo una forma integradora de todos ellos, nos recuerdan y nos admiten la posibilidad de reconstruir una realidad propia para un presente único y nuestro. Qué sabemos realmente del pasado, de la fe antigua o de los misterios eleusinos. Sólo anhelos de certezas, lo que ya trasforma a ese pasado en una fuente terriblemente inspiradora. Sabemos sólo aquello que intuimos como una gnosis, volando como una paloma sobre nuestra cabeza, a través del símbolo, a través de la palabra revelada, es decir a través de la verdadera poesía, aquella que transforma y da sentido a la existencia. ¿Pero qué intuición, cuál poesía? La que proviene de la raza, la que distingue humanidades, la que evita la referencia al valle y busca las alturas, la que se opone a lo débil y exalta lo fuerte, la que busca transformar mágicamente el orden natural dentro y fuera del hombre, la que reconoce un principio oscuro inmanente en el orden visible, donde se nos dan todas las posibilidades de transformación e iluminación que provienen de nuestra naturaleza suprahumana, supraanimal. Y ese principio oscuro que combatimos, igualmente encarna en la forma humana o casi humana del errante, del esclavo, del resentido, del deforme.

¿Quién es en el fondo Meister Eckhard? Un iluminado de la intuición en medio de la basura argumental del mito cristiano imponiéndose. ¿Quién es Novalis en medio de la creencia ya asentada? Un cantor de la noche, un anhelante de la antigüedad perdida, cuando esos Dioses dorados hacían el vino agradablemente dulce. El visiona algo que no está en parte alguna, para lo cual no hay referencias ciertas, pero que se percibe afuera, muy afuera de los límites bíblicos y allí en esas profundidades presiente un Sol de otra naturaleza, un sol nocturno. Esa es la intuición pura de la sangre noble, la Sangre Real. Y en el transcurrir de los presentes ya pasados, un hilo de oro de la conciencia genética mantiene su misterio luminoso, admitiéndonos la posibilidad de completar un conocimiento disperso, sólo entonces aparece Meister Serrano, nuestro moderno Hesíodo, que sabe tanto del pasado remoto como el poeta-campesino beocio. ¿Qué sabía a ciencia cierta Hesíodo de todo aquello que narraba? Nada, porque su confusa y contradictoria Teogonía, sería sólo una enumeración de divinos nombres propios, sin la poesía que articula una lectura paralela, y por allí va la visión fecundante de su raza y de sus genios interiores, con una ayuda oportuna para salvar del olvido a toda una época romota y dorada.

¿Y qué sabemos nosotros hoy como algo cierto? Un poco de la información libresca, un poco de la historia, más del arte. Persiste un derrotero claro del alma, una estrella luminosa que se viene a nosotros cada atardecer para contarnos una historia nostálgica de intentos vanos por iluminar la oscuridad del creador, señalándonos eso sí un sendero bajo la luz de los atardeceres, hasta un sol que comprendemos dentro, como un fuego interior e inextinguible.

Para nosotros lo único claro e imposible de falsear hasta hoy, es que un Führer vino entre nosotros, y hemos podido conocer y oír el relato de quienes le vieron pasar, de quienes lucharon junto él. Eso no podemos someterlo a la duda, eso es lo único con sentido pleno y de la más absoluta coherencia para la razón y el Mito. Pero igual fue necesario "interpretar" la metáfora, fue necesario "re-leer" esa época a la luz de la poesía, con todo lo que sólo la poesía tiene que decir, como auténtica revelación, en el descenso de una luz de otro mundo, femenina, que permite ver más claro que antes en medio de la noche. Lo demás es elucubración, adulteración y prehistoria, una larga y eterna pre-historia, es decir un pasado reconstruido sobre vestigios, sobre trozos ruinosos, o por pétalos dispersos de esa lejana flor, de ese "ígneo lirio". Tal vez en algunos años más se llegue a dudar de todo lo sucedido en los años 30 y 40 del siglo XX o se adultere aún más los registros y narraciones, pero será más difícil que en otras épocas, al menos mientras sobrevivan los nuevos herejes. De cualquier modo, ese futuro poco importa para nuestro presente.

Y si de símbolos se trata, podríamos preguntarnos por uno de los más manoseados de todos, el Grial y sus versiones. ¿Qué es verdaderamente el Graal medieval? Lo primero que podemos decir es que se trata de un fenómeno muy reciente en la línea del tiempo histórico, aparecido en medio de un saeculum obscurum, donde las sombras se proyectaban desde las alturas góticas de las catedrales. Luego del análisis de las fuentes documentales y el florecimiento de las interpretaciones, qué tenemos en verdad: Nada seguro, al menos nada real podemos saber de esos “pétalos”, salvo la especulación abierta de judíos y arios, las falsificaciones de unos (de Troyes) y la confusa mitificación de otros (von Eschenbach). Y qué podemos saber de los Templarios o de los Cátaros en esta prehistoria de un relato lineal, sabiendo que son tantos los que se adjudican herencias, genealogías y continuidades que transforman la historia en un cuento para niños. Solo puedo hablar de nostalgias, de esperanzas montadas con espadas y capas. Por eso comprendo a Himmler y su fascinación por Enrique II Hohenstaufen, el "Pajarero", Rey de Germania y Duque de Sajonia, sólo anhelos, sólo sueños uniendo desvelos de épocas distantes, de hombres distantes, pero sueños que transforman la vida, le dan un sentido más real que las meras elucubraciones intelectuales, carentes de todo elixir vital.

Nosotros, los que pertenecemos a una Hermandad, sabemos que ella contiene en su cáliz la fuerza del empeño humano que la gestó contra todo y entre sus símbolos, tiene la bendición de una enseña cuyo mérito principal es llevar esa cruz sagrada en el centro de su paño desde el año 1907, in hoc signo vinces!. Allí estaba el signo misterioso y arcano de “Dios”, del dios que creó a nuestro pueblo, cuando todos eran pasos de ciegos en medio de la noche de la contrarreforma y las aspiraciones románticas de un siglo que ya buscaba la luz, luz que alumbró Meister Nietzsche, porque después de él ya no se podía volver nunca más sobre las letras torpes de esa Biblia, que ya no era posible reinterpretar nuevamente.

Esa enseña que heredamos está guarnecida por flores de lis que nada tienen de siniestro, por más que pueda ser proyectada en seis direcciones, por más que la usen diversos grupos partícipes del Nuevo Orden Mundial. Hace mucho aprendí del Maestro que el robo, la apropiación fácil de lo ajeno es el mecanismo de la "usura espiritual", el vivir de la sangre del otro, de los sueños del otro. La apropiación de símbolos desprovistos de sus significados originales es el vaciamiento de los mismos, es su anulación. Por ello se debía recuperar la runa Hagal, y no temer el volver a hacerla nuestra, decía el Maestro. En eso estaban los místicos alemanes desde los años 30, con Gorsleben a la cabeza. La flor de lis según Savitri Devi era una pervivencia simbólica del Irminsul, de ahí que fuera símbolo real, de la realeza divina, que procede de lo alto. Pero yo prefiero una interpretación más bella y personal, la flor de lis, esa estilización elegante de un lirio, siendo rojo, como esos cuatros lirios rojos de nuestra bandera, son una representación de los lirios ígneos de la cumbre del Amor eterno, la cumbre señalada por la Swástika y que está en la Swástika. En las nevadas cumbres florece el ígneo lirio del A-mor, y yo aspiro a encontrar un día ese monte y esos lirios, porque sé que allí estará ELLA conmigo reunida sobre la cruz, cuando mi cuerpo congelado se transforme en un gran cristal de hielo, la gran runa Hagal de la coniunctio final sobre la última tierra, antes de la salida, que es el regressus ad sol, al Sol invictus, ese que nunca es vencido ni por las tinieblas ni por la luz, el Sol negro.

domingo, 17 de agosto de 2008

Al Condenado de la Historia


Escribía poemas y cartas
el acusado incorrupto en medio del odio,
castigado por la infamia calculada,
por la historia de relatos negociados
entre nobles y tenderos del lado oscuro,
es la historia cruel de las finanzas,
y entre siniestros
barrotes e infrahumanos,
el acusado sólo escribía poemas y cartas.
Era su canto propio y fiel guardado
entre reprimidos lamentos
del pueblo derrotado que él amaba,
era su canto señal humana del héroe inmolado en los años.
Y sonreía a la luna virgen llena de plenilunio
y soñaba alcanzar los presagios de sus Montes Harbinger,
navegar en las alucinaciones del Mare Nectaris,
ya liberado del cuerpo como estaba,
descansaba en la luna sus pensamientos amenos.
Escribía poemas y cartas el condenado
a una esposa y víctima solitaria
orgullosa y fiel en sus respuestas y miradas,
que no desesperaba ente el ritmo lento de sus muertes
entre tanta hipocresía religiosa y democrática.
Sólo quedan las hagiografías
de Santo Domingo y sus llamas siniestras,
la falsificación de la historia
De Konrad von Marburg
entre carnes puras y libros puros calcinados.
Se huele a Fray Torquemada en versiones nuevas,
santo en sus 3.000 ejecuciones sin gas, con fuego,
en su comparsa ruidosa de 200 lanzas
de circo romano y moral judeo-cristiana para la única fe.
Con un Purim propiciatorio del año 46,
y con ruido de matracas y tambores africanos
borraron sus nombres y sus descendencias,
y los niños se comieron las orejas de los penitenciados
tras la última cruzada.
Una nueva Biblia redactada en las sombras
vino a justificar la ira del mal que ya ha roto sus cadenas
y nuevos profetas sabios instituidos
de un nuevo orden universal sin destino,
sobre una paz de frutos insanos
entre las cenizas de una hoguera permanente
anunciada en los periódicos terrestres,
pretenden conseguir un olvido que siembran
como maleza y con fertilizante.
Hacia la luna creciente ya van sus versos y cenizas,
se nos va escapando el prisionero
de las llaves y carceleros que le condenaban,
la celda va quedando vacía y solo el mapa de la luna cuenta
que el fiel condenado de la historia
allí escribía sus cartas y poemas.
***